Escrito por: Marcela Arango
Hace unos días nos sentamos a tomar un café en imasD varias personas de los equipos de investigación, estrategia y proyectos. El tema central de nuestra conversación fue el Branding, un término tan amplio y profundo que en ocasiones se utiliza de más, bajo contextos que “minimizan” su valor o verdadero impacto.
Fue aquí cuando nuestra reflexión migró hacia la importancia del lenguaje en el mundo de la gestión de las marcas y el diseño. Las marcas son organismos vivos, son conversaciones constantes con las personas a través de múltiples canales. La clave radica en ser conscientes del sistema que compone la marca y emplear de manera estratégica las herramientas disponibles para entregar de manera coherente y consistente el propósito que queremos transmitir.
Los productos o servicios, sus empaques e identidad visual y verbal, canales de comunicación físicos o digitales, eventos, alianzas y las personas, son algunos elementos que componen el sistema de identidad de una marca y que desde el Branding deben definirse y gestionarse estratégicamente. Hoy, en este artículo, queremos resaltar la importancia de la identidad verbal o el lenguaje como herramienta de diferenciación.
Enriquecer nuestro lenguaje para crear las narrativas de una marca, nos ayudarán a evitar los valles comunes, aquellas zonas cómodas pero nocivas que nos permiten comunicar lo que somos por medio de palabras conocidas, ordinarias y, en algunos casos, de moda.
Pero, ¿cómo podemos ampliar nuestro vocabulario para aplicarlo a las marcas? Observando, escuchando y sintiendo con atención, leyendo mucho y pensando más allá de lo obvio. En aquella conversación de equipo, compartimos las herramientas que nos funcionan a cada una a la hora de poner en palabras el universo de una marca. Algunas mencionaron salir del espacio de trabajo habitual y desconectarse para conectarse con los sentidos. Para otras funciona jugar con verbos impactantes como punto de partida y atreverse a buscar sinónimos poco comunes.
Finalmente concluimos que la mejor herramienta es la creatividad, como aquella habilidad de conectar mundos, experiencias y palabras que trascienden modelos teóricos del marketing o el diseño y se conectan más desde el propósito, la intuición y la empatía.
